Alcobé Santos Alcobe Santos
Alcobé-Santos Alcobe-Santos
Bicicletas
insostenibles
(1.2.2006)
Por
Astrofísico
Una de las primeras cosas que te enseña la vida es que
quienes hacen alarde de una cierta superioridad moral por algún aspecto de su
manera de vivir acaban siendo mucho peores – en el mismo aspecto – que aquellos
a quienes censuran.
Muchas reflexiones – demasiadas, aunque lamentablemente insuficientes
– hay en mi cuaderno de bitácora referentes al avasallamiento que los usuarios
habituales del transporte público de Barcelona sufrimos por parte de los
ciclistas urbanos.
Esta vez pretendo hacer ver cómo alguien que utiliza la
bicicleta para desplazarse por Barcelona puede acabar siendo más antiecológico, insolidario y de
extrema derecha que si utilizara cualquier otro medio de transporte. Lo que
sigue, lógicamente, excluye a las rara
avis que saben que no va por ellas.
Alguna vez me han escrito ciclistas urbanos de Barcelona
diciendo que circulan por la acera contra su voluntad porque hacerlo por la
calzada es extremadamente peligroso. No lo dudo. Sin embargo, yo opino que si
no se puede ir en bicicleta por la calzada, lo que hay que hacer es dejar la
bicicleta y utilizar el transporte público, o caminar.
Pero claro, el transporte público es muy incómodo. Es
necesario estar acostumbrado a ir amontonados como animales en un vagón de
metro o a esperar media hora el autobús que dice en la parada que pasa cada
cinco minutos y que, cuando finalmente llega, no abre las puertas porque no
cabe nadie más. Cuando se tiene cultura de lo individual, lo colectivo puede
ser extraordinariamente desagradable.
Obsérvese cuál es la actitud de los ciclistas. “Puesto que el
coche es más fuerte que yo pero el peatón es más débil, circulo por la acera y este
último que se fastidie”. Los usuarios habituales del transporte público – también
llamados peatones – deberíamos disponer de una zona de exclusividad en
Recuerdo en 2003 la segunda gran manifestación contra la
guerra de Irak, la que formaba una cadena humana que comenzaba en el consulado usamericano. Había un grupo de personas que llevaban una
pancarta que rezaba "bicicletas contra la guerra". No pude evitar
pensar que la guerra no era más que una consecuencia lógica de la suma de
nuestros comportamientos individuales. Después de todo, quienes
habían conquistado las aceras mediante la práctica la ley del más fuerte,
estaban pidiendo al Imperio que no se comportara de la misma forma. Seguramente
esa reflexión era aplicable a muchos de los que estábamos allí. La diferencia
es que los demás no estábamos haciendo alarde de nuestras contradicciones.
Primera observación: Circular en bicicleta por las aceras de Barcelona
– guste o no – implica poner en práctica la ley del más fuerte.
Como he dicho otras veces, estoy convencido de que si alguien
se hubiera molestado en hacer un estudio (y se atreviera a publicarlo), podría
demostrar que las bicicletas quitan usuarios al transporte público pero no
eliminan coches de las calles. Los responsables políticos tienen que saberlo.
Además, es bastante obvio que la bicicleta no es una alternativa para personas
que tienen que desplazarse desde o hacia fuera de Barcelona para acudir a su lugar
de trabajo. De todo esto se deduce – por absurdo que resulte – que lo que
buscan las autoridades municipales con la promoción de la bicicleta por las
aceras de Barcelona es reducir el uso del transporte público. (Otra posibilidad
es que sean unos incompetentes y no se hayan enterado de nada). La única razón
que se me ocurre para que actúen de ese modo es la imposible rentabilidad del
transporte público.
Los más optimistas dicen que la bicicleta es utilizada por
menos de 50.000 personas diariamente como medio de transporte. Esta cifra es
insignificante en una ciudad de un millón y medio de habitantes en la que el
transporte público es utilizado diariamente por centenares de miles de
personas. Es decir, que nos fastidiamos
un millón para que cincuenta mil (en el mejor de los casos) se crean más
ecológicos que los demás (y de paso eviten rebajarse al contacto con la masa en
el transporte colectivo). Si cincuenta mil (teniendo alternativas, como tienen)
fastidian a un millón eso se llama insolidaridad.
Segunda observación: Circular en bicicleta por las aceras de
Barcelona – guste o no – implica ser insolidario.
Pero una vez asumido que ya no hay zonas exclusivas para peatones,
lo que sí que no acepto es que quienes – por ser más fuertes y resbalarles el
sentir de la mayoría – me han invadido, encima me vayan llamando la atención
por no permitirles circular todo lo rápido que a ellos les gustaría. Podría
encararme con cada avasallador que así se comportara o podría ir por la calle
llevando un pito colgando del cuello y pitarles como ellos me hacen a mí. Lo he
probado (lo del pito, no) pero acabas asqueado de ir discutiendo con la gente.
Así que he tomado otra decisión.
Cada vez que un ciclista me pita por la acera me apunto un
día en que utilizaré el coche en lugar del transporte público. No todo el mundo
tiene esa alternativa. Yo sí. Y he decidido ponerla en práctica.
Así, cada litro de gasolina que quemo por estas
circunstancias, vertiendo a la atmósfera la correspondiente cantidad de dióxido
de carbono, contribuyendo al efecto invernadero y al calentamiento del planeta
y vertiendo dióxido de azufre que se mezclará con vapor de agua produciendo
ácido sulfúrico que caerá en algún lugar como lluvia ácida, deteriorando la
biosfera y provocando mutaciones en algunas especies de seres vivos (incluyendo
a los humanos), cada vez que eso sucede, digo, sé – no es una opinión, es un hecho
– que estoy siendo más ecológico que la mayoría de los ciclistas urbanos de
Barcelona.
Tercera observación: Circular en bicicleta por las aceras de Barcelona
– guste o no – implica ser más antiecológico que
utilizar cualquier otro medio de transporte.
Algún ciclista urbano que me ha escrito dice opinar que el
ciclista y el peatón tienen el mismo derecho a utilizar
Cuarta observación: Póngale usted nombre a esa actitud. Yo ya
me he cansado de repetir lo que es obvio.
Una cosa en la que sí coincido con lo que me escribió un
ciclista urbano es en que usuarios de transporte público y ciclistas deberíamos
ser aliados y no antagonistas. Ahí hay que reconocer que la casta política local
ha sabido realizar una obra maestra: “Les soltamos los ciclistas a los
peatones, que se peleen entre ellos y nosotros a circular en coche oficial sin mezclarnos
con la chusma, perdón, con la sociedad civil”. Así es como han conseguido hacer
de Barcelona un lugar donde bicicleta y transporte público son enemigos
irreconciliables (la trampa anti-usuarios-de-bus de
la Diagonal es de fuera de categoría y el carril bici de la Meridiana debe ser
denunciable en el TPI).
Lo peor de todo es que personalmente me resultaría perfecto
utilizar la bicicleta para ir a mi trabajo (
En fin, y si esto lo lee un ciclista urbano, aparte de descalificarme
– rebatir mis argumentos no le será posible – que piense que, cuando un coche o
una moto aparcan o circulan por el carril bici, cuando pasan por su lado a toda
velocidad afeitándole el bigote, cuando se le cruzan bruscamente al girar en
una bocacalle, cuando le pitan sin razón por no correr suficiente, que piense,
digo, que no están haciendo con él nada que el ciclista no haga con los
peatones.
¡Pero cómo me fastidia tener que coger el coche cada vez que un
ciclista urbano me recuerda que la bicicleta – tal y como se ha planteado en Barcelona
– es un medio de transporte insostenible!
Me queda el consuelo de poder afirmar que, en Barcelona, yo
utilizo el coche por razones ecológico-solidario-extremoizquierdista-sostenibles.
P.D.: Algunos lectores me han escrito acusándome de anticiclista. Si en el país de las trincheras no hay alternativa entre pertenecer a la trinchera anticiclista o a la trinchera antipeatón, yo siempre me quedaré del lado de los más débiles.
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