El Destino del Perdedor 10

 (17.3.2004)

Por Santiago Alcobé

Astrofísico

Desde que apareció en la escena política, siempre pensé por su forma de ser que era un perdedor 10. De esos perdedores que no aceptan su condición de serlo y están en constante rebeldía para alejarse de la implacable persecución que de ellos hace el Destino.

Viniendo como viene de una familia normal, su odio visceral hacia todo y hacia todos así como su absoluta sumisión a quienes ostentan el máximo poder sólo puedo explicarla por lo que apuesto que fue su situación en el colegio. Debía ser el clásico niño con el que todo el mundo se mete, a quien todos – o casi todos – le pegaban. No era el más bajito, ni el más feo, ni el más débil, ni el más nada, pero, sin que nadie supiera por qué, era siempre el blanco de todas la iras de los compañeros. Sólo así puedo entender el rencor que parece sentir hacia todo el mundo.

En su afán por dejar de ser lo que es, siempre ha puesto todo su empeño en superarse. Así, después de un largo período de reordenación de su partido político llegó a ser su caudillo. Desde el principio se vio su talante autoritario y de aparente fortaleza.

Llegó la época de la Guerra del Golfo. El Perdedor ya era entonces el caudillo de la oposición. Recuerdo al entonces Presidente del Gobierno justificando ante la opinión pública la participación española. Se disculpaba de tener que enviar tres fragatas a la zona para cumplir un mandato de embargo de las Naciones Unidas. Insistió en las virtudes del Imperio, el bien que había hecho a Europa liberándola del nazismo.

El Perdedor, en cambio, dijo literalmente: “Somos amigos de los Estados Unidos”. Por eso me pareció coherente la actitud que tuvo en la guerra que doce años después tuvo lugar en la misma zona.

En el país hubieron unas elecciones. El Perdedor y sus aliados propagandísticos daban por seguro que iba a ganar. Pero no fue así. Algunos de sus lugartenientes llegaron a decir que había habido pucherazo pero él salió defendiendo los resultados de los comicios y felicitando al ganador. Fue la primera vez que pensé que me equivocaba respecto a su condición de Perdedor. Los Perdedores natos no saben perder y él aceptaba la derrota deportivamente. Pero su actitud en la oposición los años siguientes demostró que no era así.

A principios de los años noventa, el terrorismo estaba comenzando a ser un problema que no interesaba a la opinión pública. Parecía que los terroristas se estaban aburriendo de serlo y que la política de ignorarlos estaba dando resultados. No obstante, poco después se reabrieron antiguos casos de terrorismo de estado. Esa fue la oportunidad del Perdedor. Atacar al gobierno utilizando una negra etapa en la que  probablemente  hubo un pacto de silencio para no airear la guerra sucia que el Estado mantuvo contra los terroristas. Lo más seguro es que en los tiempos del terrorismo de estado el Perdedor era de los que pensaba que no sólo estaba bien sino que era insuficiente. Pero ahora podía aprovecharlo para desgastar a su enemigo.

El precio era sencillo: Dar razones a los terroristas para justificar su causa. Desde hacía años acusaban al gobierno de guerra sucia. Ahora se les daba la razón. Así fue como el terrorismo pasó a ser uno de los problemas más importantes del país. A pesar del creciente número de víctimas, el Perdedor seguía utilizando el pasado como si quisiera justificar a los que mataban. Sólo comenzó a callarse el día que el entonces presidente de la Generalitat de Cataluña dijo algo así como “si no se hubiera utilizado la guerra sucia de forma tan irresponsable nos habríamos ahorrado muchos minutos de silencio”. La salida a la luz de lo que todos siempre habíamos imaginado erosionó lo suficientemente al gobierno. A eso se añadió una oposición de tierra quemada que había llevado al país a los máximos extremos de crispación. Fue así como llegó la llamada “amarga victoria”.

Una vez más me convencí de que el Perdedor lo era en su nivel 10. Había ganado sí, pero con juego muy poco limpio y con la mínima diferencia respecto de sus adversarios. Además, se veía en la obligación de arrodillarse ante algunos de los que había denostado de la peor forma en sus tiempos de oposición.

Cuatro años después, ratificó su victoria electoral y esta vez con mayoría absoluta. Mi teoría del Perdedor comenzaba a derrumbarse. El Perdedor había prometido que se iría después de sólo dos legislaturas. Muchos supusieron que no lo iba a cumplir. Yo nunca lo dudé. El Perdedor había luchado siempre contra su Destino y, para vencerlo, era necesario dejar el gobierno cuando estuviera en la cima. Con su mayoría absoluta tuvo la oportunidad de comportarse como realmente era. Su rencor y odio hacia todo se hicieron más manifiestos que nunca. Su pleitesía y vasallaje al emperador a cambio de que le pasara la mano por el hombro llegaron a extremos de ridículo. Por fin, se vengaba de su destino. El más poderoso de los poderosos le tenía en consideración. El resto del mundo podía odiarle. El tenía lo que siempre había deseado.

Pasaron cuatro años más y nuevamente tocaban elecciones. El Perdedor cumplió su promesa. No se volvía a presentar a las elecciones. Si bien entró en el gobierno con calzador y mucha, mucha vaselina, saldría por la puerta ancha y la Historia guardaría un lugar especial para su persona. Finalmente, había vencido a su condición de Perdedor 10. Mi teoría del Perdedor 10 se derrumbaba definitivamente.

Pero, si hay alguien con quien el Destino es inmisericorde, es con los Perdedores 10.

Cuatro días antes - sólo cuatro – de las elecciones que habían de significar su salida del gobierno y su paso glorioso a la Historia, sucedió la barbarie.

En los días posteriores consiguió que sus mentiras llegaran al mundo entero. Faltaban 72 horas para que se abriesen los colegios electorales y había que aguantar el engaño una vez más. Como en los tiempos de la dictadura, los españoles volvieron a prescindir de los medios de comunicación locales – con alguna honrosa excepción - y volvían a fiarse sólo de lo que se decía en extranjero. La verdad saltó doce horas antes de que los ciudadanos comenzaran a depositar sus papeletas en las urnas. Nadie puso en duda que la masacre era una consecuencia directa de su irresponsable política exterior.

Al Perdedor le llegó la debacle electoral. Saldría del gobierno a zapatazos y por la puerta de servicio.

Pasaría a la Historia sí, pero como todos los perdedores 10, a la historia de la infamia, y con menos credibilidad que dos organizaciones terroristas y el ilegalizado partido político que daba soporte a una de ellas.

Ahora sé que el Destino del Perdedor es terminar sus días entre las cuatro paredes de una prisión, condenado por el Tribunal Penal Internacional por crímenes contra la Humanidad.

Si en el devenir de los tiempos alguien recuerda algo del Perdedor, sólo será: “Declaró una guerra y la perdió”.

 

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