El Revisionismo llega a Judas

(21.4.2006)

Por Santiago Alcobé

Astrofísico

De un tiempo a esta parte no dejan de aparecer opiniones, escritos o teorías que vienen a decirnos que determinados personajes de la Historia de infausto recuerdo no eran tan malvados como nos los habían pintado y que las atrocidades que cometieron fueron menores a lo que se ha dicho o hasta que fueron necesarias en su momento. A esa familia de teorías se la ha denominado como Revisionismo. Así, hay quien opina que dictadores como Franco, Stalin o Hitler fueron consecuencias inevitables de esa época tan dura como fue la primera mitad del siglo XX y que lo que hicieron fue desde luego mucho menos grave de lo que se ha explicado y hasta cierto punto positivo.

Ahora parece que estas corrientes revisionistas se están acercando a la figura de Judas Iscariote, apóstol de Jesús de Nazaret que, como todo cristiano sabe, traicionó a su Maestro. Como parte de la promoción comercial de una película basada en un libro de enorme éxito de ventas, nos van dando con cuentagotas informaciones de un evangelio apócrifo conocido desde hace siglos pero cuyos textos se habían perdido. Supongo que si no nos lo dan todo es porque el texto completo debe ser infumable y no ayudaría al propósito comercial o revisionista. Según esas pinceladas de este evangelio la traición de Judas era un plan organizado por el propio Jesús porque era necesaria para llevar a cabo su misión. También hay algún revisionista que defiende que el holocausto judío era un plan convenido entre Hitler y la comunidad judía para facilitar la creación del estado de Israel. Y Hitler, por supuesto, era un bienhechor que buscó el bien de los judíos aunque seis millones de ellos no supieran apreciar su obra.

Aunque afortunadamente pocas, a lo largo de la vida de una persona uno llega a conocer a personajes a los que llega a definir como malvados. Normalmente uno denomina a tales individuos haciendo referencia a la supuesta profesión que ejerció su madre. Normalmente, sus madres nunca ejercieron la llamada profesión más antigua y, además, los hijos de tales señoras no se incluyen dentro de esta categoría de monstruos hacedores del mal. Así que utilicemos el término amorales para referirnos a tales ejemplares de la especie humana. Algún caso de amoral he conocido que alardeaba de serlo utilizando el término de la profesión de su madre. Pero quedémonos con la palabra amoral.

Supongo que todos somos capaces de hacer el mal en determinados momentos aunque a la mayoría nos atormenta nuestra conciencia en caso de haberlo hecho y, desde luego, pocos son los que gustan de causar el mal. No obstante, incluso en las situaciones más extremas siempre se han encontrado comportamientos que desdicen la idea de que todos podemos ser amorales. Por ejemplo, en todas las guerras se pueden encontrar soldados u oficiales que han sido ejecutados por no obedecer órdenes de cometer lo que denominamos crímenes de guerra. Algunos, aunque inicialmente han llegado a hacer efectivas las órdenes recibidas, posteriormente se han suicidado al tomar conciencia de la barbaridad cometida. Otros, en cambio, no sólo han hecho lo que se les pedía sino que han llegado a excederse en su “deber”. Sin ir más lejos, de la guerra de Irak nos llegan informaciones de soldados que se suicidan al descubrir que la causa que ellos creían justa ha resultado no serlo. Sí coincido con quienes piensan que los genios del mal no existen. En todo caso existen los mediocres del mal. A los amorales que también son genios su inteligencia les impide llegar a cometer atrocidades que no les reportan ningún beneficio.

Cuando he conocido algún amoral no ha dejado de sorprenderme la fascinación que su maldad creaba en muchas personas. Tanto, que siempre se encontraba justificación para sus acciones. Por supuesto, excepto si el blanco de la maldad era el admirador. Es dentro de esa línea de admiración hacia supuestas virtudes que presentan los amorales donde yo encajaría las teorías revisionistas. No tengo ninguna duda de que quienes en el siglo II escribieron ese evangelio que ahora se nos vende pertenecían a este grupo de personas que se dejan fascinar por la maldad.

Naturalmente, no podemos entrar en la conciencia íntima de los amorales ni en la de nadie. A los humanos no nos corresponde juzgar las conciencias sino los hechos. Si Judas, Franco, Hitler o Stalin fueron en el fondo unas bellísimas personas eso es algo que nunca llegaremos a saber. Lo único sobre lo que podemos decir algo es sobre lo que hicieron y sobre eso todas las personas deberíamos tener la misma opinión.

Aunque no haya mal que por bien no venga no podemos justificar las acciones malvadas por el posible bien a que posteriormente den lugar.

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