Consumación de la ley del más fuerte

(10.11.2006)

Por Santiago Alcobé

Astrofísico

Así como las tropas imperiales decidieron lanzarse a la conquista de Irak y, una vez consumado el desastre, las Naciones Unidas tuvieron que dar cobertura legal a lo que sucediera después, el Ayuntamiento de Barcelona decidió hace unos años que las bicicletas debían salir a la conquista de las aceras de la ciudad. Ahora, consumada la aplicación de la ley del más fuerte, el consistorio procede a convertir en norma el trofeo conquistado. Se nos plantea una ordenanza autodenominada cívica que dice que las bicicletas podrán circular por aceras de tres metros de anchura cuando antes era de cinco. Para disimular, y en un alarde de analfabetismo, quien pone la norma (el normador) dice que habrá que dejar un espacio de tres metros para los peatones. No sabe que la suma de tres más algo es estrictamente mayor que tres. O tal vez no sepa que los ciclistas tienen una dimensión diferente de cero. Podría haber dicho que los ciclistas deberían circular a más de un metro de las fachadas de los inmuebles para evitar atropellar a los niños que salen del portal de su casa pero para eso el normador no debería acceder a la calle desde el garaje del sótano de su casa dentro de su coche, como hace todos los días.

El Ayuntamiento de Barcelona lleva proponiendo desde hace años el mobbing urbano o acoso a los peatones. Ahora lo convierte en norma. Barcelona se convierte así en la única ciudad del mundo pretendidamente civilizado donde - por norma (antes sólo era de facto) - no existe ninguna zona peatonal. Barcelona ha planteado el uso urbano de la bicicleta como alternativa al transporte público en lugar de hacerlo como alternativa al coche. Carriles bici como el de la Diagonal o la Meridiana, que impiden el acceso a las paradas de bus, así lo demuestran. El desprecio hacia los peatones de las normas pro-bici son una prueba de que el normador no utiliza el transporte público. Lo único que quiere el normador es que las bicis no le estorben cuando va en su coche oficial. En las aceras no le molestan porque no las usa. Por la calzada sí le molestan porque le obligan a circular despacio y con precaución. Que impidan el acceso a una parada de bus le resulta tan ajeno como el tiempo atmosférico en un planeta extrasolar.

Una vez más, la propaganda al servicio del poder - autodenominada periodismo plural - encuentra lógico que las bicicletas circulen por las aceras. También les pareció bien en la primavera de 1998 que el ayuntamiento decidiera multar a los peatones porque corrían menos que los coches y eran más fáciles de pillar. Pero no se lo reprocho. En primer lugar, porque no saben lo que dicen. Los servidores del poder se desplazan en coche, motivo por el cual desconocen la problemática de las aceras. La movilidad sostenible es para la chusma. Además, estoy acostumbrado y ya no me afecta. No se puede esperar de un anuncio de televisión que hable mal del producto que anuncia. Y tampoco puedo criticarlos porque, si el pago de la hipoteca o el teléfono móvil de mis hijos dependiera de mis alabanzas a los que mandan, yo haría lo mismo. Estar en el paro es algo muy duro.

No obstante, como a mí me gusta siempre ver la botella medio llena, he aprendido muchas cosas de esta situación. La primera es que el Imperio no es más malo que nuestro Ayuntamiento. Conquistar Irak lo debe haber hecho con las mismas nobles intenciones con que nuestro consistorio ha invitado a las bicis a aplicar la ley del más fuerte en las aceras de Barcelona.

Pero no es lo único que aprendido. Así como Bob Dylan nos enseñó en los años setenta que el pacifismo no existía, Felipe González nos enseñó en los ochenta que no existía la izquierda y Julio Anguita en los noventa nos demostró la inexistencia de la extrema izquierda, ahora, en los dos mil, el silencio cómplice respecto al mobbing urbano de las organizaciones y partidos políticos autodenominados defensores del medio ambiente nos ha demostrado que el ecologismo tampoco existe. Existen personas que defienden sus intereses particulares. Intereses cuya legitimidad no cuestiono y que - circunstancialmente - pueden coincidir con posiciones que consideramos de valor ecológico. Pero son intereses igual de particulares que los que han llevado al Emperador a lanzarse a la conquista de Irak. Igual que al Emperador no le preocupan los atentados con coche bomba - que no existían antes de la conquista - a los promotores del mobbing urbano tampoco les preocupan los cada día más frecuentes atropellos de peatones por parte de ciclistas en las aceras de Barcelona - que tampoco existían antes de esta otra conquista. A los autodenominados defensores del medio ambiente - y realmente defensores de sus propios intereses - les costará reconocer que su comportamiento es - a otro nivel - idéntico al que tiene el Imperio en sus campañas coloniales. Tampoco el Emperador reconocerá nunca que eso de bombardear países no está bonito y morirá convencido de haber hecho un gran bien a la Humanidad.

Finalmente, como cualquier pueblo conquistado, a los usuarios del transporte público (ya sé que todos somos peatones pero es a nosotros a quienes se refieren realmente cuado se utiliza el término) sólo nos queda la resignación. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Por eso yo, desde hoy en adelante, en Barcelona, por voluntad propia, no volveré a utilizar el transporte público. Y circularé en mi coche particular con la certeza de que así soy ecológico, defensor de los más débiles, solidario con mis vecinos y comprometido con un desarrollo sostenible.

Como mínimo, mucho más que todos y cada uno de los que lo predican.

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P.D.: Las centrales nucleares volverán muy pronto. Entre otros motivos, porque sus detractores carecen de la más mínima credibilidad (Principio de Chirac).

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